Hugo Gola (1927-2015)
- Coss

- hace 4 días
- 2 Min. de lectura
Por donde el aire estalla
10 años de la muerte

Muchas cosas nos traen de vuelta a Gola, un ritmo, una poética, un oficio de traductor, sobre todo una forma honesta de ser en el mundo.
Gola entendía que el oficio del poeta habría de estar en los linderos de quienes trabajan custodiando el misterio de las cosas. De esta manera, la tarde, un pan para cada día, una campera de cuero, una lectura en las primeras horas de la mañana, eran materia de su oficio.
El santafesino no realizó nunca una apología de lo marginal ni tampoco de lo solemne. Reconocía en cambio, el riesgo por la voz propia. Reconocía mejor que nadie la tradición -a la manera de Pound- no en “lo que está viejo sino en lo que está vivo”. Debemos a él, la habilitación al español de decenas de poetas pues conjugó su trabajo de traductor con la edición de sus revistas y libros de poesía y poética. Esas publicaciones limpias, sin los barroquismos de color, ajenas al besa manos literario optaron, al igual que su propia obra, por la condensación, la coherencia de la selección, el tono…, es decir caminos que por decisión propia se alejaban del comercio de los premios y las alfombras rojas, las becas y la política cultural.
El ritmo como forma trazada el tiempo, es -para quienes lo escucharon leer- la consagración de que la poesía se reconoce en el silencio. Finalmente ya lo veía su querido “Juanele” Ortiz: “el mundo es un pensamiento realizado de la luz”.
Mientras exista la casta académica, flotará el estupor frente a quienes sospechen que es siempre mejor oír a los poetas hablar sobre los poemas y la poesía.
En su paso por la docencia era el mismo Gola. Inmune a los amaneramientos hermenéuticos y otros detritos, no veía que la teoría fuese el modo para acercarse a las obras -y menos- el alimento para disponerse al descenso en el instante de la escritura. Encontraba en la poética un tono más cercano de la construcción misma del poema, con un lenguaje no teorético, una intuición y sobretodo, un sigilo que hacen sólo aquellos que trabajan con la materialidad de las palabras. Así también la poesía llega a nosotros, entre lo dubitativo y provisional. Su labor de editor y maestro no dista del rigor por la brevedad y el deber de limar lo accesorio. Si en la década del noventa podría uno infiltrarse a su clase de lectura crítica se tendrían 4 lecturas y 4 ensayos; bastaba una cuartilla para lo que decir de Corrección de Bernhard, Cão sem plumas de João Cabral, La oda marítima y -tal vez- Levertov o los Concretos.
Hugo Gola, traductor, editor, educador entendía la generosidad como otra ala del misterio. Basta de homenaje lo que en su momento tradujo de su selección de los Cahiers de Valéry: ”ser poeta no, poder serlo”.
Jesús Coss



Comentarios